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Los despojos, los elefantes blancos y el oscuro saldo social que deja el mundial de Qatar

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Los despojos, los elefantes blancos y el oscuro saldo social que deja el mundial de Qatar

No habían pasado 12 horas desde que Brasil le había ganado a Corea en el estadio 974 de Ras Abu Aboud, en Qatar, cuando las máquinas comenzaron a extraer los primeros contenedores de carga con los que se había levantado su estructura. Se inauguró el 20 de noviembre de 2021 y se jugaron allí apenas 13 partidos. El costo total de su construcción fue de 230 millones de dólares, el más barato de los ocho estadios que se levantaron en esta pequeña península del Golfo Pérsico. Aunque extremadamente caro para el uso que tuvo. Cada partido jugado allí costó 17.692.307 dólares.

La excusa para semejante gasto es que esa estructura tendrá una segunda vida. Según el Financial Times, se reconstruirá en Montevideo como parte de la oferta de estadios que presentará Uruguay, junto a Argentina, Paraguay y Chile, para organizar el mundial de 2030, exactamente cien años después de que se jugara allí el primer mundial de la historia. La idea es subir los 974 conteiners a un barco y hacer las 8.000 millas desde Qatar hasta Uruguay. Nadie sabe si el negocio ya se realizó ni cuánto podría haber pagado el gobierno uruguayo por semejante mamotreto. De todos modos, sería apenas una apuesta. Hay otras propuestas de sedes y todo lo decidirán en una votación amañada los presidentes de las federaciones de clubes de fútbol del mundo en Ginebra.

 

Los otros estadios también van a ser reducidos, desmantelados o reconvertidos para intentar que no se transformen en elefantes blancos. El costo total del mundial fue de 220.000 millones de dólares. Los estadios costaron unos 10.000 millones, un promedio de 1.250 millones cada uno. El estadio de Lusail, el más grande del torneo, con capacidad para 80.000 espectadores, será la sede de la final de la Copa, pero no volverá a ver un partido de fútbol internacional. El diseño de los famosos arquitectos Foster+Partners será despojado de la mayoría de sus asientos y reutilizado para tiendas, cafeterías y, posiblemente, una escuela y clínicas de salud. Las gradas superiores se transformarán en viviendas, mientras que el terreno de juego se utilizará para partidos comunitarios. Otro proyecto faraónico para un país con menos de tres millones de habitantes que no necesita ni estadios ni otro centro comercial.

Trabajadores dentro del estadio de Lusail durante su construcción. La mayoría de los estadios van a ser reconvertidos en centro de compras y hoteles para evitar que se conviertan en "elefantes blancos". REUTERS/Kai PfaffenbachTrabajadores dentro del estadio de Lusail durante su construcción. La mayoría de los estadios van a ser reconvertidos en centro de compras y hoteles para evitar que se conviertan en "elefantes blancos". REUTERS/Kai Pfaffenbach

Las otras canchas también serán transformadas de alguna manera. El estadio Al Bayt, el segundo más grande, tiene un diseño en forma de carpa que será desmantelado. Las gradas superiores serán eliminadas y el resto de la estructura se usará para nuevo hotel de cinco estrellas, un centro comercial y un hospital de medicina deportiva. Los estadios Ahmad bin Ali, Al Janoub y Al Thumama verán reducida su capacidad a unos 20.000 espectadores después de la Copa Mundial, aunque incluso esto puede ser optimista si se tiene en cuenta la asistencia habitual. Los adoptarán los dos equipos más antiguos del emirato. El Al Rayyan, ocho veces ganador de la Qatar Stars League, se mudará al Bin Ali, mientras que el Al Wakrah lo hará de Al Janoub. Estos equipos podrían tener estadios por menos de una décima parte de lo que costaron estos.

Lo de los estadios es la evidencia clara de que este mundial fue un absurdo creado por la FIFA para que Qatar pudiera lavar la cara por haber promovido el terrorismo internacional, entregando sumas extraordinarias a organizaciones como el ISIS, Al Qaeda y la Jihad Islámica, y violar los derechos humanos. El gobierno qatarí admitió públicamente que en la construcción de los estadios y el resto de la infraestructura de este mundial murieron al menos 400 trabajadores extranjeros por las duras condiciones a los que fueron expuestos. Y como lo intentaron exponer varios equipos participantes –reprimidos por la FIFA y amenazados con expulsarlos del fútbol- viola los derechos de las minorías sexuales y las mujeres. Una idea proporcional de lo que costó a los jeques qataríes esta “lavada de cara” es que mientras para este mundial se gastaron 220.000 millones de dólares, los dos anteriores, el de Brasil y el de Rusia, costaron alrededor de 13.000 millones cada uno.

Las que no se desmantelan son las cárceles para los presos políticos de Qatar. Esta semana se conoció el caso de Abdullah Ibhais, un ex director de medios de comunicación del Comité Supremo que organizó el mundial, quien permanece preso desde que se atrevió a ser el primero en denunciar las condiciones a las que eran sometidos los trabajadores extranjeros que construyeron los estadios. La familia del preso hizo conocer una carta a través de la organización defensora de los derechos humanos FairSquare, en la que afirma que desde que comenzó el mundial, Ibhais pasó cuatro días “en completa oscuridad en régimen de aislamiento tras ser agredido físicamente” con el aire acondicionado a toda potencia y “utilizado como dispositivo de tortura”. El castigo es por contribuir al documental de la cadena ITV Qatar: State of Fear? que se emitió en Gran Bretaña hace dos semanas. “Estaba en una celda de dos por un metro con un agujero en el suelo como cuarto de baño y con temperaturas cercanas al punto de congelación”, añade la carta. “`Ya tenía varios moratones tras la agresión de los guardias de la prisión y no paraba de temblar, ya que el aire frío que me dirigían no cesaba nunca. Apenas dormí durante esos cuatro días´, nos dijo”. Ibhais había sido despedido de su puesto en el comité organizador en 2019 cuando denunció a sus superiores que había encontrado a unos 200 trabajadores extranjeros del estadio de Education City sin agua potable para beber con más de 40 grados de temperatura y a los que no les pagaban sus salarios desde hacía cuatro meses.

Abdullah Ibhais, el ex funcionario de la organización del mundial que denunció la explotación de los trabajadores que estaban construyendo los estadios. Está preso y su familia denuncia torturas. (Foto gentileza familia Ibhais)Abdullah Ibhais, el ex funcionario de la organización del mundial que denunció la explotación de los trabajadores que estaban construyendo los estadios. Está preso y su familia denuncia torturas. (Foto gentileza familia Ibhais)

La ya ganó el Mundial es la FIFA que se queda con 2.600 millones de dólares de los derechos de televisación del torneo. Una parte de ese dinero lo reparte entre los equipos participantes. Pero es apenas una pequeña parte si tenemos en cuenta que el campeón del mundo se llevará apenas 42 millones de dólares. Sólo se sabe oficialmente que hará Estados Unidos con el dinero que le entreguen: deberá repartirlo en partes iguales con la selección femenina de fútbol. En otros países hubo campañas en las redes sociales para que lo que recaude la federación nacional de fútbol lo transfiera a clubes amateur y para promocionar los deportes en las barriadas más pobres del planeta. Pero nadie tiene que rendir cuentas sobre estos montos.

Las organizaciones de defensa del medio ambiente también están haciendo las cuentas y observan un enorme despropósito en este mundial. Las emisiones de gases de efecto invernadero se dispararon, sobre todo debido al transporte aéreo. Se calcula que esta Copa producirá 3,6 millones de toneladas equivalentes de CO2, carbono, tanto como las emisiones anuales de la República Democrática del Congo o las combinadas de Islandia y Montenegro. Los anteriores Mundiales de Rusia, Brasil y Sudáfrica fueron igualmente desastrosos, con emisiones superiores a los 2 millones de toneladas de gases contaminantes. Estas cifras abstractas, que se subestiman, representan una contribución concreta y tangible al cambio climático.

Todo esto sin contar que Qatar no tiene agua. En su territorio desértico apenas llueve un promedio de 74 mililitros al año. Depende de la desalinización del agua del golfo. El agua a la que se le extrae la sal represente el 60% de su suministro total, y casi toda del consumo residencial, que está subsidiado para los 900.000 qataríes de las familias originales y los otros dos millones de extranjeros que residen legalmente, aunque no tiene los mismos derechos. El agua subterránea conforma el otro cuarto del suministro del país y se emplea por las granjas. Se extrae con sistemas de bombeo mecanizados y se agota rápidamente. El costo de la desalinización es muy elevado, requiere de entre 3,5 y 4,5 kilovatios hora de electricidad para obtener 1.000 litros de agua potable. También el costo para la naturaleza. La sal vuelve al Golfo Pérsico, junto a la que arrojan todos los otros países de la región, y están terminando con los corales y la vida en el mar. La empresa qatarí de agua y electricidad, Kahramaa, calculó que durante el mes del mundial el consumo se elevaría al menos un 20%. Estudios privados creen que esa cifra es mucho más elevada si se tiene en cuenta que los visitantes extranjeros son 1,2 millones. Qatar había prometido un evento neutro en emisiones de carbono.

Aficionados japoneses limpiando las gradas del estadio tras el partido que jugó su selección contra la de Alemania. La huella de carbono que deja este mundial no tiene precedentes. (FIFA World Cup Qatar 2022)Aficionados japoneses limpiando las gradas del estadio tras el partido que jugó su selección contra la de Alemania. La huella de carbono que deja este mundial no tiene precedentes. (FIFA World Cup Qatar 2022)

Del aumento extraordinarios de los desperdicios que se crean en los estadios que están ubicados en un radio de 70 kilómetros, aún no hay datos. Probablemente los aficionados japoneses tengan mayores precisiones. Como sabemos fueron los únicos que recogieron lo que sus compatriotas habían descartados mientras miraban los partidos.

El profesor Daryl Adair, de la Universidad Tecnológica de Sydney, un especialista en el tema de los deportes y sus implicancias sociales lo puso así en un ensayo publicado esta semana en el sitio The Conversation: “La retórica promocional, ya sea de la FIFA o de sus partes interesadas, hace hincapié habitualmente en el `poder unificador e integrador del fútbol y de la Copa Mundial. Sin embargo, afirmaciones como `el fútbol es el bálsamo universal´ o `la Copa Mundial derriba las barreras culturales´ simplemente no resisten el escrutinio. No se puede permitir que vuelva a suceder lo que sucedió. Los futuros Mundiales tendrán que cumplir obligaciones en materia sociales, económicas y de derechos humanos que Qatar (2022) y Rusia (2018) no tuvieron que respetar”.

Para una reforma tan profunda se van a necesitar escrutinios mucho más estrictos sobre los clubes de fútbol locales, las asociaciones nacionales, las federaciones y la mentada FIFA, un órgano desligado de cualquier supervisión a pesar de influir tan profundamente en tantos millones de personas a nivel global. Por ahora, no hay señales de que a sus máximas autoridades les haya afectado las críticas que recibieron por haber permitido que se juegue este mundial bajo condiciones tan lamentables. El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, dijo poco antes de que comenzara la Copa que estaba fantaseando con la posibilidad de un Mundial en Corea del Norte.

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